Llega el fin de este curso en el que hemos andado navegando entre la ilusión y el desconcierto.

Ilusión porque la escuela que queremos cada vez se deja notar más. Cada vez más centros, más instituciones e incluso alguna que otra administración ha dado un paso para acercarse a eso que llamamos «modelo inclusivo». Ha sido un año muy intenso en cuanto a formación a profesionales y familias sobre las posibles formas de generar «aulas para todos». Y también es ilusionante porque el perfil de este aula ya se está configurando de una forma plausible, con aportaciones de muchísimas personas que se han ido uniendo y dando forma a un modelo que por fin va a vencer a la palabra utopía.

Desde mi punto de vista estamos en un momento de pleno auge sobre las ganas de incorporar la palabra «inclusión» en nuestro catálogo de palabras que nos definen como centro, como institución, como administración, como profesionales, como docentes y como personas. Aunque en la mayor parte de los casos solo se queda en eso, la palabra que nos defina. Pero algunos pocos y pocas han pasado a intentar algo más: «acciones que nos definan». Y así hemos podido asistir a experiencias de implantación de estas acciones en las aulas con resultados muy positivos e ilusionantes de cara al futuro.

Y digo ilusionantes, porque sin que estas personas lo sepan, o al menos sean plenamente conscientes, están generando las futuras bases para la imitación y comparación de sus modelos. Gente anónima que está dispuesta a compartir sus trabajos y propuestas inclusivas aplicadas en aulas reales y con contraste y reflexión personal sobre su eficacia. Como una muestra, este año he podido recopilar el trabajo de 18 docentes que realizaron una actividad con Pack DUA Básico y que han querido compartir en la pestaña «Recopilatorio de Actividades con Pack Básico».

imagen del genialy sobre Paquete DUA básico

 

Por otra parte, este auge no se ha dado solo en el ámbito educativo: durante este curso han existido numerosas sentencias judiciales que han defendido los derechos de las personas con discapacidad y han hecho justicia a las situaciones de exclusión que se siguen dando en este país.

Habéis sido muchas las familias que os habéis dirigido a mi para animarme a seguir con este trabajo, para agradecer, pero sobre todo para consultar situaciones educativas injustas de vuestros hijos. Estas familias, y todos los que hemos trabajado sin descanso por los derechos de las personas con discapacidad, hemos establecido un vínculo de unión que se ha forjado en base a un objetivo común: nuestros niños y niñas. Y esta unión ha hecho que ese auge de la palabra inclusión llegue a ser molesto para todos aquellos que no la comprenden, comparten o respetan, o para aquellos otros que la ignoran, desconocen o simplemente le es indiferente.

Nuestras bases para esta lucha se han sustentado en parámetros como estos:

  • Ningún niño o niña tiene que estar al margen de la sociedad.
  • Todos tenemos los mismos derechos a ser educados en una situación de dignidad y felicidad.
  • Las leyes actuales no respetan el derecho a aprender y progresar de nuestros alumnos/hijos.
  • Todas las personas tienen derecho a ser reconocidos como personas y no como etiquetas.
  • La incongruencia de las adaptaciones curriculares con respecto a las posibilidades sociales y laborales de los alumnos y alumnas son abusivas.
  • Las aulas y los centros no se ajustan para responder a las necesidades de todos los alumnos y trasladan el foco del problema al niño con discapacidad.
  • El modelo educativo no está preparado, formado ni dotado para atender a la diversidad.
  • Ante todo buscamos una transformación de este sistema para que las situaciones de exclusión y marginación no se sigan repitiendo.
  • El fin último de todos nosotros y nosotras es la felicidad de nuestros hijos/alumnos.

Lo absurdo

Sin embargo, este año también hemos asistido a un retroceso en todo esta avance que nos sitúa a niveles de hace 10 años. Un retroceso que se ha montado y ha ido creciendo en torno a un parámetro con mucha influencia. Una bomba lanzada intencionadamente al corazón de todo aquello contra lo que hemos luchado en estos años: el miedo. El miedo a verse desamparado. el miedo a verse devuelto a un entorno hostil y segregador. Un miedo razonable, un miedo aprendido, un miedo vivenciado y experimentado. Un miedo que conocen muy bien todos aquellos que no quieren que el sistema social y educativo perpetuado durante décadas se transforme para entender que la escuela tiene la obligación inalienable de atender a todos los niños y niñas. Un miedo que han alimentado de forma extraordinaria.

Imagen de Pixabay con Licencia CCO

Y es precisamente contra ese miedo contra el que luchamos todos. Luchar para que la escuela ordinaria deje de acosar, de burlar, de humillar, de excluir, de segregar, de etiquetar y de maltratar a los alumnos y alumnas con discapacidad. Una lucha que, precisamente aquellas personas que las padecen deben apoyar y denunciar. Porque ellos pasaron por situaciones que no quisieran volver a repetir y que seguro no quieren que otros niños y niñas tengan que seguir sufriendo. 

Aquellas personas que están incómodas por la palabra «inclusión» y todo lo que ello conlleva -aceptación de que una persona con discapacidad está a tu mismo nivel- han logrado encontrar el foco de discordancia entre todos los que nos preocupamos por las personas con discapacidad. Han logrado dividir a las familias y romper los parámetros de unión que siempre hemos tenido y que más arriba enumeré. Por favor, que no lo consigan. 

Así que después de este curso, y para el próximo curso quiero gritar la palabra BASTA

Basta de enfrentarnos unos con otros. Esto no es una cuestión de bandos. Todos buscamos el mismo final. 

Basta de acusaciones absurdas. Nadie quiere que ninguna familia sufra por una situación de escolarización que no desea. 

Basta para aquellos que priman sus intereses personales y materiales a los intereses de los alumnos. 

Porque es absurdo estar en contra de quien defiende los derechos de tus hijos, BASTA