En la edición impresa del mes de octubre, la Editorial Graó ha publicado mi tercer artículo en su Revista «Aula de Innovación Educativa» llamado «Cansados de la palabra utopía»

Artículo en Aula Innovación Educativa.
Revista Núm. 276
Otorgamos a la palabra «utopía» el significado de misión imposible. Cuando se inician movimientos de transformación en el ámbito educativo frecuentemente son tachados de utópicos. El inmovilismo pedagógico se adueña de nuestro sistema educativo para ejercer una labor de resistencia ante cualquier cambio de lo establecido. Sin embargo comienzan a emerger experiencias reales en las aulas que demuestran que la palabra utopía solo se debería usar para dar énfasis a la dificultad de ponerlas en práctica, y no a la imposibilidad de hacerlo. En este artículo analizo algunas de estas resistencias y también aporto algunas utopías plausibles. 

Cansados de la palabra utopía

Utopía es una palabra que nos ha ayudado a justificar cualquier proceso de conservación del estado de las cosas en base a una idea prejuzgada sobre algo no intentado.

Y el campo de la educación no es indiferente a este concepto validador del inmovilismo. Ante cualquier expectativa de cambio que se proponga sobre el actual modelo educativo que nos rige, surgen siempre personas que afirman, sin ningún género de dudas, que lo que estamos intentando es una utopía. Y parece que nombrar esta palabra es argumento suficiente para desmontar cualquier proceso constructivo, incluso aunque éste esté basado en evidencias como la neurociencia, la psicología cognitiva o la sociología moderna. 
Imagen de Pixabay con Licencia CCO
Pongamos la teoría de que la escuela debe ajustarse a su papel de compensadora de desigualdades y proporcionar a los alumnos más desfavorecidos -de entornos en riesgo de exclusión social, marginalidad y delincuencia- los recursos que sus propias familias no pueden ofrecerles. La escuela no puede ni debe cruzarse de brazos argumentando que el auténtico papel socializador corresponde a las familias, porque si las familias no se lo ofrecen, ni la escuela tampoco, estamos propiciando una situación flagrante de desamparo infantil. Ante esta, creo que coherente y proporcionada tesis, las razones para desposeerla de valor pasan, de nuevo, por la palabra utopía. Y así, sin más… se desmonta esta propuesta.
Nombrar esta palabra es argumento suficiente para
desmontar cualquier proceso constructivo

Cuando muchos hablamos de una escuela para todos, donde todos los alumnos participen y progresen junto a sus compañeros, surgen innumerables voces que al unísono dicen en alto y sin tapujos «eso es una utopía». Sin embargo, estas personas que lo gritan, en la mayor parte de los casos, por no decir en todos, no han llegado a formarse para aplicar posibles vías para conseguirlo, jamás han planteado en sus aulas metodologías propicias para la inclusión, y tampoco han malgastado un minuto de su tiempo en comprobar experiencias reales y contrastadas sobre aulas y centros inclusivos. Quizás comprobar su existencia les deslegitima para usar esta palabra objeto de análisis, y tal vez quizás tengan que replantearse su cómodo método normativo y excluyente.

Imagen de Pixabay con Licencia CCO

Sinceramente pienso que es mucho más cómodo pensar que algo es una utopía, que admitir que pueda ser una realidad plausible y ponerse manos a la obra para comprobarlo.
La RAE define utopía en su primera acepción como «Plan, proyecto o sistema deseables que aparecen de muy difícil realización». Ni siquiera la definición del término se atreve a sentenciar que ese deseo sea «de realización imposible».
Tenemos una experiencia acumulada importante en la que debemos mirarnos como un reflejo para acometer proyectos que a priori puedan parecernos utopías: el acceso universal a la escuela, la incorporación de la mujer a la sociedad con igualdad de derechos que los hombres, la entrada de personas negras en las escuelas ordinarias, el matrimonio entre personas del mismo sexo… Todos ellos proyectos que en su día fueron tachados de utópicos y que en nuestros días no podemos concebir cómo se permitían esas injusticias con personas que merecían una consideración como tales.
A menudo pienso que todas estas utopías tajantes que ahora nos achacan llegarán un día, como tantas otras, a convertirse en prácticas habituales asumidas por todos los ciudadanos. Y estos ciudadanos quizás miren al pasado y no nos comprendan a nosotros, los que hoy convivimos con ellas, los que hoy consentimos situaciones de injusticia o de desigualdad y nos quedamos de brazos cruzados apelando al gran poder de la palabra «utopía».

Mientras sigamos aferrándonos a la utopía, muchos niños seguirán asistiendo a una escuela vacía de afectividad y respeto a las diferencias, una escuela no diseñada para alumnos felices (esto sí que parece ser una utopía). Pero hemos de pensar que este conformismo nos hace reproducir este modelo antiguo y rígido para volcarlo en una sociedad más individualista y falta de principios morales.
Mis utopías cada vez tienen más fuerza, cada vez las veo menos utópicas, 
cada vez se alejan más de parecer de «muy difícil realización»

Diseños de currículos flexibles

Asumir que todos los alumnos tienen que aprender lo mismo y en el mismo tiempo es un error. Todos tenemos modos y formas diferentes para asimilar lo que aprendemos. Disponemos de un bagaje cultural y experiencial propio, que unido a nuestras redes neuronales de conocimiento únicas y personales hacen que nuestros focos de atención, nuestra motivación e interés sea también único. Nuestros procesos cognitivos tienen carácter específico y la escuela debe transformarse para atender a esta gran diversidad de formas de aprender. Un currículo abierto, flexible y personalizado que fuese la base para construir a cada alumno como ser único. Un currículo que no fuese mínimo sino «exacto» para cada niño. El que cada uno necesita para guiar su propio proyecto de vida. Esta sería mi primera utopía.

Imagen de Pixabay con Licencia CCO

Una escuela para todos

Los actuales modelos educativos son rígidos y solo contemplan una única escuela a la que todos los alumnos tienen que amoldarse. Sujeta a una norma fija, el que no puede alcanzarla está fuera, y el que la supera en exceso, también. Desposeer a una persona de su carácter social con el que nace, apartarla en aulas diferenciadas y proponerles trabajos paralelos son formas de exclusión. La escuela debe dar acogida a todos los alumnos con independencia de su condición. La escuela debe cambiar para ajustarse a las características de sus alumnos. Una escuela inclusiva es aquella que acepta y respeta la diferencia, y además se nutre de ella para aprender. Pero esta solo es mi segunda utopía.

La emoción de los alumnos como base de los diseños didácticos

Las principales líneas metodológicas que se trabajan en nuestros centros pasan por una fuerte base expositiva directa del docente que desemboca en un asimilación memorística y descontextualizada de contenidos mínimos por parte del discente. Esto impide que los alumnos sientan su proceso de aprendizaje como un estado emocionante, un estado que les lleve a explorar, investigar, analizar, crear, construir, criticar o valorar sobre aquello que aprenden. La escuela activa es aquella que permite a sus alumnos ser los protagonistas de sus aprendizajes, la que permite que sus intereses les lleven a conocer los contenidos. Un modelo metodológico basado en el alumno para empoderarlo. Pero esta no es más que otra de mis utopías.

Participación abierta de toda la comunidad educativa.

Dejemos ya de cerrar las puertas de nuestros centros a todos aquellos que también forman parte de los procesos de enseñanza – aprendizaje de nuestros alumnos. Las familias, asociaciones, ayuntamientos o instituciones pueden y deben participar en las dinámicas de trabajo de las aulas. El centro abierto al exterior facilita la comunicación entre sus miembros, facilita los apoyos naturales a los procesos de enseñanza, ayuda a la docencia compartida y propicia nuevas experiencias de aprendizaje. Cuarta utopía en este artículo.