Comparto con vosotros mi última publicación de la sección «En voz alta» que ha recogido la revista «Aula de Innovación Educativa» en su número 286 y que he titulado «Los aprendices Promedio». 

En este post amplio, como siempre, el artículo publicado por Graó. Espero que os guste

La imagen recoge el artículo publicado por la revista Graó
Revista Aula Innovación Educativa n286

 

¿Alguien ha visto alguna vez a algún aprendiz promedio? ¿Podrías definir al aprendiz promedio?
Según parece, en el mundo de la docencia, todos tenemos muy claras aquellas situaciones en las que uno de nuestros aprendices está fuera del promedio. Inmediatamente iniciamos una serie de mecanismos y protocolos, definidos y regulados, que nos permiten proponer toda una suerte de ayudas y apoyos -siempre insuficientes- para que este alumno o alumna se acerque al «Aprendiz Promedio». Es lo que llamamos «normalización».

Puede que me equivoque, pero tengo la impresión de que la mayor parte de los docentes de este país podríamos definir de mil formas diferentes a ese alumnado que está en los márgenes -por arriba o por abajo-, alejado del «alumno promedio».
Sin embargo no tengo tan claro que los mismos docentes sean capaces de definir al «alumno promedio». Quizás podríamos apelar a aquel alumno o alumna que realiza todos los ejercicios con éxito, o a aquellos que son capaces de guardar las normas establecidas. Quizás podríamos definirlo como aquel estudiante que asimila adecuadamente el proceso de aprendizaje y pasa las pruebas de evaluación que les proponemos. Quizás…

Lo cierto y verdad es que no tenemos muy claras las características que deben definir a esta categoría de alumno estándar. Más bien nos ajustamos a pre-juicios más basados en las expectativas del docente que en las formas de aprender del discente. Más bien nos basamos en la capacidad para asimilar los contenidos propuestos por el docente, que en las competencias alcanzadas por el discente. Más bien nos centramos en unos parámetros -campana de Gauss- delimitados por las calificaciones obtenidas con los instrumentos que proponemos, que por la adquisición real del aprendizaje. Y entonces, si como alumno/a tienes la gran suerte de «encajar» en esos instrumentos de calificación, te denominarán como «alumno promedio», si no tienes suerte no estarás dentro de los parámetros de normalidad. 

Quizás por esto muchos docentes se preguntan si para evaluar al alumno o alumna se deben fijar criterios de calificación como el comportamiento, la entrega de tareas o la puntualidad, todos ellos parámetros conductuales que marcan un comportamiento esperado por el alumno. Unos parámetros que definen la «normalidad» de un aprendiz promedio pero que poco nos ofrece sobre el conocimiento de su potencial de aprendizaje.

la imagen muestra cuatro railes de tranvía que se cruzan
Imagen de Pixabay con Licencia CCO

Y es que querer conocer a cada uno de nuestros alumnos y alumnas es una tarea que destruiría el concepto de alumno promedio, ya que nos llevaría a tener que aceptar que cada uno de ellos aprenden de forma diferente y que nuestro modelo estándar de docencia no funcionaría. Conocerlos nos llevaría inevitablemente a darnos cuenta de que son las diferentes capacidades y potencialidades de cada uno de ellos las que deberían llevarnos a configurar un currículo diferenciado en el que se busque la flexibilidad, el multinivel y la prevalencia de la diversidad de formas de expresar un mismo proceso de aprendizaje.

Me resulta curioso examinar nuestro currículo y darme cuenta de que el modelo competencial encajaría con diseños didácticos flexibles centrados en el aprendiz. Diseñar tareas integradas, en las que lo esencial es el desarrollo  de competencias diferentes en el alumnado, nos permite que cada uno de ellos adquiera el aprendizaje desde su propio potencial.

Sería muy difícil establecer un aprendiz promedio si la evaluación del proceso de enseñanza y aprendizaje se centrase en conocer los perfiles competenciales que los discentes más desarrollaron, ya que la variabilidad que encontraríamos en ellos haría que la dispersión fuese más amplia. Las mezclas de siete competencias asociadas entre sí nos darían múltiples perfiles del alumnado.
Sin embargo es mucho más fácil proponer un modelo basado en los contenidos y en los criterios de calificación ya que son los alumnos los que encajan o no encajan en él.

Y ya sabemos que el que encaja es el aprendiz promedio, y el que no encaja, no.