La Comunidad Orientapas ha propuesto un debate en las redes sociales relativo al papel de los Orientadores en los procesos de inclusión en las aulas. 
La entrada “¿Qué papel deben tener los orientadores para potenciar una educación inclusiva en los centros y cómo hacerlo?” ha sido propuesta por Claudio Castilla, autor del blog OrientaGuía, y en ella plantea un interesante debate #orientachat partiendo de la visión ofrecida por la orientadora, María José G. Corell:

«¿En qué consiste el trabajo de orientación educativa? Se escolariza un niño que viene de otro colegio. La tutora lo acoge con la mejor predisposición: “El niño no pronuncia bien, pero se está adaptando, responde bien a las actividades, va adaptándose al grupo, etc.” Llega su expediente y con él un informe (dictamen) donde cae como una losa sobre el niño : “Retraso mental”. Procuro que la tutora no lo sepa, sigue diciéndome cosas positivas sobre el niño. De repente un día cambia su discurso : “no esto, no lo otro, … Es que el retraso mental se nota.” ¿En qué ayudamos?» (María José G. Corell, 15-10-2016 – Fuente: Ignacio Calderón, 2016)

Nuestras aportaciones a dos voces

En esta ocasión, José Blas García y yo hemos querido aportar nuestra visión a este debate desde diferentes ópticas: uno aportando ideas para generar la Revolución de la Inclusión, y otro respondiendo a las preguntas planteadas por Claudio Castilla. 
Para situarnos, comencemos por la exposición que Claudio realiza en el blog de Orientapas:

También en los centros seguimos concepciones y dinámicas de trabajo en las que subyace una concepción diferenciadora y segregadora. Rápidamente se piensa en que un alumno que no evoluciona positivamente es un alumno con necesidades especiales, sin mirar más allá.
El orientador se sitúa en una situación complicada de resolver. De él se espera que haga su trabajo: etiquete convenientemente al alumno y recete un tratamiento especial y específico, por supuesto en la mayoría de las veces, muy difícil de llevar a cabo en el aula ordinaria. En caso contrario, no habría hecho falta la demanda al especialista. Su trabajo y posición queda gravemente comprometida
”.

Es cierto que esta situación pone al orientador/a en una posición muy difícil. Por ello nos propone una serie de cuestiones, las cuales me dispongo a responder, siempre desde mi óptica personal.

Respondiendo a las cuestiones (@AMarquezOrdonez)

¿Qué concepciones del profesorado debemos cambiar en torno a la diversidad? Esta es la cuestión más difícil de todas. El profesorado en general es el más difícil de cambiar ya que trae consigo una cultura exclusiva muy arraigada. Quizás las propuestas de cambio deberían venir más de la parte directiva que de los orientadores.
¿Cómo podemos actuar para facilitar una escuela inclusiva? La mejor de las formas es ofrecer herramientas a los docentes que les lleven a propiciar prácticas inclusivas en las aulas. Esto se contesta con las demás preguntas.
¿Cómo debemos plantear nuestra evaluación psicopedagógica? La evaluación psicopedagógica debería orientar más sobre las fortalezas del alumno y sobre la forma en que los docentes pueden derribar las barreras que sus propios métodos del aula le ponen. Centrar la evaluación psicopedagógica en los cambios que deberían darse en el aula para que el alumno pueda participar.
¿Qué metodologías o recursos podemos usar para conseguir una verdadera inclusión del alumno en el aula? Jose Blas Garcia Pérez propone en su último post los cuatro pilares básicos para la inclusión: el ABP, la enseñanza multinivel, el aprendizaje cooperativo y la docencia compartida
¿Qué barreras educativas debemos desmontar? Todas aquellas que propongan que el alumno no puede seguir el currículo debido a sus condiciones cognitivas, personales o sociales particulares. Cualquier sistema que no sepa atender a sus alumnos es un sistema fracasado. La primera barrera que hay que desmontar es creer que la atención inclusiva es una cuestión de gustos que el docente puede elegir o no según sea o no partidario de ella. Es una cuestión obligada. Es un derecho que tiene cualquier alumnado,… todos los ciudadanos.
¿Cómo se debe organizar la atención a la diversidad y, en concreto, el trabajo de profesores especialistas integrados en los departamentos de orientación? Sin lugar a dudas a través de dos estrategias fundamentales: la docencia compartida y la creación de una red de apoyos del centro (sistemas de refuerzos, apoyos de familias, asociaciones sin ánimo de lucro, desdobles…) para facilitar la no salida de los alumnos a aulas segregadoras. Todo unido con una fuerte dosis de coordinación.
¿Qué papel debe tener un orientador en la educación inclusiva? Debe tener un papel central, igual que lo tiene actualmente en la acción tutorial o la orientación vocacional. Desde mi punto de vista los orientadores han ido relegando la atención a la diversidad en pos de estas otras dos funciones, sobre todo en secundaria. El orientador debe ser el principal dinamizador de las políticas inclusivas en los centros, y los docentes de atención a la diversidad deben ser los principales dinamizadores de las prácticas inclusivas en las aulas. 
¿Cómo pasar de un modelo de integración más diferenciador a un modelo de inclusión que promueva mayor igualdad? El paso debe ser lento, planificado, coordinado y sobre todo con una formación previa intensa. No se puede cambiar (des-aprender) toda esta cultura previa en un día.

La Revolución de la Inclusión (@JBlasGarcia)

Hace unos día publicaba post a raíz de mi y participación en las Jornadas Educación Inclusiva en San Javier (Murcia) , y en mi reflexión me asaltaba la vehemencia de entender que a día de hoy, para hacer efectiva la inclusión en la Educación necesitábamos, lo que en ese momento me vino a la mente como las 3 revoluciones: http://www.jblasgarcia.com/…/en-educacion-la-inclusion… El orientador puede erigirse como el aglutinador y promotor de sinergias de cambio, mejora y transformación.
La primera revolución es cultural. Todavía conservamos los rasgos de un sistema educativo que excluye y que se consuela depositando en la dotación y gestión de recursos y normas, la esperanza de la integración, sin apostar por un cambio de una cultura docente que todavía cree en la homogeneidad de los grupos como la fortaleza que apuntala su capacidad de transmisión de los conocimientos, en una concepción bancaria del aprendizaje de depósito y préstamo. Así, agrupamos, reagrupamos, apoyamos, desdoblamos, flexibilizamos… y perdemos el norte inclusivo que nos señala, como único camino, el derecho de cualquier alumno a un aprendizaje junto a todos sus compañeros, en participación colectiva con todos y con el cual aprenden todos.
La segunda revolución, entronca también con la reflexión de Claudio: la social. Es decir, cómo organizar los centros para que todas las acciones que en la comunidad se desarrollen, sean inclusivas. ¿Los recreos son inclusivos? ¿la organización y distribución de los alumnos por cursos? ¿la participación del profesorado? ¿la organización horaria? 
¿Qué exigir a la administración para hacer que la norma no sea exclusora desde la base?. Desde adaptaciones curriculares hasta la creación de aulas específicas ¿son medidas que apuestan por la inclusión? o sólo se trata de una autotrampa que nos tranquilice?. 
Realmente necesitamos un #revolución inclusiva. Una revolución que sólo vendrá después de haber superado estos dos niveles, en una apuesta decidida de transformación organizativa y socio cultural como profesionales éticamente comprometidos con una profesión que nos mueve a transformar el contexto social. 
En esta revolución es necesario hacer visible las acciones inclusivas que desarrollemos. Abrir el centro con modelos claramente inclusivos a una sociedad que necesita aprender a serlo. Acciones de aprendizaje servicio, actividades de desarrollo horizontal y cooperativo, actuaciones de compromiso comunitario, ejercicio de solidaridad intergeneracional, apuesta decidida por modelos y conductas de reconocimiento positivo del otro, creación colectiva de espacios libres de acoso y exclusión, … desarrollarán en nuestro alumnado la suficiente empatía para que la sociedad se rinda y el adquiera el empuje generacional que apueste por no volver hacia atrás. 
Y por último, la revolución metodológica, de la que ya hemos hablado (y seguiremos), sabiendo que sin las revoluciones anteriores (cultural y socio-política) será difícil hacer que los docentes apuesten por metodologías que le exigirán haberse librado de una mochila que les lastra e inmoviliza. 
Me sumo a la revolución social la propuesta de Antonio Márquez en la creación de una red de apoyos internos y externos; horizontales y verticales; voluntarios y profesionales que colaboren en que la revolución sea rápida, pues irrenunciable, imparable y necesaria ya… sabemos que lo es.