La delimitación de categorías censales asignadas a los alumnos con Necesidades Educativas Especiales no deja contentos a nadie.
La necesidad de delimitar claramente el diagnóstico de un alumno para, a partir de ahí, generar sus necesidades educativas especiales o específicas y la organización de la respuesta educativa que debe proporcionársele, está patente en nuestro sistema educativo.
No obstante nos encontramos ante dos situaciones bien diferenciadas: por un lado existen varios colectivos de personas con discapacidad que luchan de forma incansable para que les sea reconocida su condición «especial» mediante esta etiqueta en el censo de ACNEAE; por otra parte existen muchas familias de alumnos con discapacidades «más visibles» que luchan porque no se vea al niño por su etiqueta sino por su persona.


Ventajas de la Etiqueta

Cuando un alumno presenta una serie de hándicaps que les repercuten directamente en el aprendizaje dentro del aula, es necesario conocer esos problemas y definir las estrategias a realizar en el diseño de las secuencias didácticas para que no se le pongan barreras a la participación. Por tanto, si el profesorado conoce de antemano estos problemas, es muy posible que se anticipen a las situaciones que pueden suponerles una barrera. Esto requeriría que el profesor, de alguna manera, fuese informado de esos hándicaps y esto se consigue con la conocida «Evaluación Psicopedagógica» y el consiguiente diagnóstico. De aquí se establece una categoría censal previamente definida y se informa a la administración de esta nueva «condición» del alumno o alumna. Y entonces se le asigna la «etiqueta» de alumno con… 
Esta etiqueta trae consigo, además, la posibilidad de acceder a becas, recursos específicos personales y materiales y «privilegios» que sin ella les están vetados, ya que solo se ofrecen si el alumno tiene la condición de «especial».
Además, para ciertos colectivos de alumnos con dificultades, es imprescindible que se den a conocer sus problemas para que los docentes y la comunidad educativa puedan formarse en una correcta atención específica. Son los casos de los Trastornos de Apego, TDAH, Asperger…, entro otros muchos. Una serie de dificultades que por sus características pueden ser confundidas con pereza, malos hábitos o niños maleducados, y su desconocimiento los puede llevar a situaciones de frustración, fracaso y abandono escolar temprano.
Ante este panorama, parece que el etiquetaje puede ejercer una buena influencia en el seno de la comunidad educativa, pero esto no es una verdad absoluta.

Las desventajas de la etiqueta

Como vengo afirmando, esta etiqueta alerta a cualquier docente sobre el tipo de alumno al que se va a enfrentar y sus posibilidades y limitaciones. El problema radica en que este docente tendrá una imagen pre-diseñada de esta etiqueta basada en una serie de criterios diagnósticos estandarizados y comunes entre los alumnos con ese mismo tipo de problema, o mejor dicho «problema tipo». Aquí es donde se desvirtúa la evaluación psicopedagógica y se queda como mera informadora del tipo de alumno al que ha evaluado y las posibles medidas educativas y/o recursos que necesita este tipo de alumnos. 
En una gran parte de las ocasiones, las estrategias propuestas para la adaptación y apoyo a un determinado perfil diagnóstico (etiqueta) son un «corta-pega» de modelos ya elaborados. La gran cantidad de trabajo de los orientadores puedes llevarlos a una situación de colapso donde realmente no valoren al niño por lo que es como individuo, sino lo que es como etiqueta. 
Pero incluso cuando la orientación educativa ha realizado bien su trabajo y se ha centrado en ofrecer unas orientaciones personalizadas, éstas tienen, por norma general, poca repercusión en las aulas porque se sigue entendiendo de forma equivocada el concepto de NEE (véase Desaprendiendo el término NEE)
La despersonalización del etiquetaje es aplastante
Y hasta aquí solo afectan a orientaciones que después cada docente podrá tomar, dejar o cambiar según su implicación con el caso. Pero el problema se agrava cuando se elabora el Dictamen de Escolarización que establece unas líneas y rutas a seguir con el alumno a lo largo de su escolarización que difícilmente tienen vuelta atrás: escolarización en aulas o centros específicos, adaptaciones curriculares significativas, imposibilidad de titular… Una etiqueta que vale su peso en oro porque estigmatiza al individuo, en ocasiones de por vida.

El equilibrio de la etiqueta

Sin duda estamos ante una paradoja real: la etiqueta ayuda a conocer el problema – la etiqueta estigmatiza a la persona con el problema.
Quizás la clave está precisamente en la concepción que tenemos de la diferencia como problema. Como problema en el alumno y como problema para el centro. Un problema que nadie quiere tener, ni el alumno, ni las familias, ni los docentes, ni los centros educativos.
Pero el alumno es una realidad individual y única que debe ser atendido para lograr su mayor progreso personal. Por tanto necesita que el centro, los docentes, las familias y él mismo, faciliten su participación y progreso en las aulas mediante la eliminación de todas las barreras que puedan existir en el centro. 
El esquema de atención sería el siguiente: 
Todos estos aspectos deben llevar a considerar que lo importante no es catalogar al alumno como alumno con… para saber qué recursos podemos darle, sino que lo importante es valorar las relaciones interdependientes que se establecen en un momento concreto del tiempo donde alumno-aula-centro están en conexión bidireccional. En este momento concreto es importante conocer los problemas que tiene el alumno, las barreras que propone el centro y juntos poner todos los medios para la participación y progreso del mismo. Pero no creo que lo importante sea la etiqueta, no creo que conocer las características tipo de esa etiqueta ayuden a nada.
Una de las premisas que deberíamos ponernos cuando hablamos de la etiqueta es que ésta no sea irreversible, que responda a un momento concreto y a una serie de necesidades del alumno y de barreras del centro que interactúan en un tiempo determinado y que nos llevan a conocer al alumno para preparar al profesorado que va a trabajar con él en «este tiempo determinado«; pero una etiqueta que también lleve al centro a conocer las barreras que le pondrá a ese alumno y poder derribarlas, también en «ese tiempo determinado«. Una evaluación contextual y dinámica.
Pero por otra parte, el otorgar una etiqueta a un alumno debería poner mayor énfasis en determinar sus habilidades y posibilidades, una evaluación que proponga el potenciar todas las capacidades del alumno, también en este tiempo concreto en el que interactúa con su aula. 
La evaluación tiene que tener como finalidad la de construir en el aula un clima de relaciones basadas en el respeto, la confianza, la diversidad y la vida. Una evaluación que permita construir situaciones de aprendizaje para TODOS y que les sirva a los alumnos, justo en es preciso momento de sus vidas, a crear su propio proyecto de vida.
Puede que en otro momento diferente, cuando ya no esté interactuando en este aula, con esos compañeros y junto a esos docentes, y la situación de aprendizaje se esté dando de otro modo diferente, esa evaluación psicopedagógica que en su día se realizó ya no tenga ningún sentido para nadie, porque ya las barreras serán otras, porque ya los problemas serán diferentes y porque ya las habilidades y los apoyos tampoco estarán igual. 
Puede que la Etiqueta tenga que convertirse en algo dinámico, no burocrático, en algo realmente práctico, temporal y realista