Volvemos hoy al cole después de dos meses desconectados de él, de su trasiego, de nuestras luchas, de nuestras renovaciones, de nuestros aprendizajes y desaprendizajes…
Hoy ha sido un día especial que me ha transmitido sentimientos encontrados de alegría, tristeza, miedo y esperanza.
Antes de comenzar mi primer día de trabajo he llevado a mi pequeño Hugo a la guardería, su primer día de guardería.
Después de dos años y tres meses de libertad, de aprendizaje natural, de curiosidad sana y saciada, de investigar su mundo solo con las limitaciones que el propio peligro pone. Después de su corto pero intenso recorrido por la vida, donde ha creado, ha soñado y ha preguntado sobre todo lo que le rodea; después de esta manera tan natural de ir creciendo, comienza una nueva etapa. Una etapa dentro de la institución a la que llamamos escuela.
Y como uno no deja de investigar, de formarse, de aprender sobre nuestra institución educativa, no he podido evitar el sentir un extraño miedo ante lo que se le avecina. Comienza hoy, en la vida de Hugo, una larga vida de maestros/as, cursos, colegios, institutos y quien sabe si universidades, masters, etc. que definitivamente lo alejarán, si no lo remediamos, del aprendizaje natural con el que genéticamente venimos programados y que nos empeñamos en institucionalizar y en cuadricular.
Todos recordamos aquella famosa expresión de Ken Robinson «la escuela mata la creatividad». Aunque en el fondo no tengo miedo de que se convierta en un niño «estanco», un imitador de imitadores a los que llamamos maestros, sí creo que el verdadero miedo no está en matar la creatividad, sino en matar la curiosidad
Habitaciones cerrradas, patios vallados y salas con llaves que serán las mismas en los próximos años, donde, pasados los primeros momentos de investigación, no darán más opciones para despertar el interés del niño. Todo se deja en las manos del docente, en su motivación e interés por hacer que los niños disfruten y sueñen en el cole, inventen historias, participen libremente, opinen y deliberen con sus poquitas palabras conocidas. Docentes que con su imaginación llenen de fantasía y color los sueños de aquellos pequeños a quienes arrebatamos su mundo natural encerrándolos en aulas. 
Son sentimientos de miedo y esperanza donde solo podemos esperar que tenga suerte. 
Con su mochila de Cars y tarareando una canción se iba alejando de su vida sosegada y tranquila hacia un nuevo mundo. Confiado porque sus padres le acompañan. Nada malo puede ocurrir. «Un sitio chuli para jugar y divertirse con amiguitos y con la seño».
Ningún docente tiene el derecho de arrebatar ese mundo interior de felicidad y alegría. Tenemos el deber de mantenerlo, esa es nuestra única función: no convertirnos en ladrones de sueños
Siempre ponemos el foco en el aprendizaje del niño, en la transmisión de los valores y saberes culturales, sin importarnos el precio emocional que ello suponga. 
Todos los niños aprenden a pesar del maestro
Esta otra frase sí debería calar en nuestras mentes y sacarle su transfondo generador de aprendizaje. Y no debe leerse de forma superficial, pensando que aunque el docente sea malo el niño terminará aprendiendo. Su importancia radica en darnos cuenta de que el aprendizaje no sufrirá daños hagamos lo que hagamos. Lo que sufrirá daños irreparables será la emoción del niño por aprender, su curiosidad, su alegría, sus ganas de volver al cole. Esta frase quiere decirnos a los docentes que nuestro foco debe ser «llenar de felicidad la escuela» Esa es nuestra principal función ética y moral, aunque no aparezca en ningún texto legal. 
Feliz regreso al cole, docentes. Feliz llegada al cole, Hugo.