Cuando Booth y Ainscow proponen tres dimensiones para la Inclusión, deberían haber aclarado que la primera de ellas, las Culturas Inclusivas, tiene un peso específico ponderado muy por encima de las otras dos juntas, Políticas y Prácticas.


Una de las cosas que tengo más claras en esto de la Inclusión Educativa es que lo más difícil a lo que nos enfrentamos es a cambiar esas culturas. Cambiar esas mentalidades basadas en la pasividad, el inmovilismo y en la, ya manida, zona de confort de la que muy pocos quieren salir para hacer que los niños gocen de sus derechos. Hablamos de derechos de los niños, y no de limosnas. Hablamos de obligaciones de los docentes, y no de favores. 
Os dejo con esta fantástica valoración que hace una de nuestras colaboradoras ya habituales: La Rebelión del Talento

¿Qué incluye la Inclusión?

La inclusión o la capacidad de nuestra escuela y por extensión, nuestra sociedad, para acoger a todos sus miembros es una asignatura pendiente y el foco de atención de cualquier debate sobre educación.
Por supuesto, todo el mundo está de acuerdo en el concepto, o al menos nadie se atreve a manifestarse en contra, pero pocos están de acuerdo (con sus actos) con el esfuerzo y el cambio de mentalidad que la inclusión exige.
Cualquier educador que se asome a las redes puede obtener muchos y valiosos recursos orientados a hacer su aula más inclusiva, algo que hay que agradecer a todos los que dedican tanto tiempo en generarlos y colgarlos para que estén a disposición de los demás (aquí tienes un listado de ellos).
Los centros de formación del profesorado de cada comunidad invierten lo mucho o poco que su presupuesto destina a formación a metodologías que pretenden ser un paso más hacia la inclusión. En especial el aprendizaje por proyectos y bajo su paraguas otras metodologías que se pueden combinar y sumar (flipped classroom, aprendizaje basado en el pensamiento, resolución de problemas, etc..).

Aún así, muchos niños, demasiados, siguen sin sentirse integrados en nuestro sistema. Para ellos la escuela es una experiencia negativa que afecta no sólo a su autoestima, sino también a su relación familiar, pues, cómo no, los padres tratan también de que el niño “quiera” entrar en el sistema. 

Y esto es así porque nos estamos centrando en las herramientas y los recursos que son un facilitador y un dinamizador de la inclusión, pero no “son” la inclusión.

¿Qué necesitamos realmente para ser inclusivos?

Ni más ni menos que cambiar la visión, la mentalidad, la mirada. Porque todos nuestros esfuerzos se basan en ayudar al niño a llegar, en acompañarle y facilitarle los recursos necesarios para que converja y consiga los objetivos. En identificar sus “fallos” o carencias y corregirlos. Trabajamos con ellos para que desarrollen estrategias que les permitan aprender tal como el sistema enseña y aprobar los exámenes tal y como nosotros los formulamos. Pero a esto no podemos llamarle inclusión. Podemos llamarlo ayuda, adaptación, y hasta caridad, pero no es inclusión.

  • Para ser inclusivos debemos aprender a respetar a todos los niños, en su diferencia, en su singularidad. Y esto significa que debemos dejar de obligarles a modificarse constantemente. 
  • Para ser inclusivos son los educadores, los contenidos, los métodos, las evaluaciones, las que deben modificarse para acercarse a cada realidad y ofrecerle las mismas oportunidades de crecimiento que ofrece a los demás. Porque sólo acercándonos a cada niño podemos conocerle y entenderle, y, por tanto respetarle y valorarle. 
  • Para ser inclusivos necesitamos romper con el cliché del buen estudiante, atento, modoso y complaciente y centrarnos en conseguir que todos nuestros alumnos sean buenos y perpetuos aprendices. 
  • Para ser inclusivos debemos dejar de comparar a unos niños con otros. No hay inclusión sin que todos los niños se sientan igualmente valiosos y valorados. Ellos deben sentir que esto es así, sin rendijas donde se escape la desaprobación.
  • Para ser inclusivos debemos aspirar a despertar en cada niño la pasión por aprender y esto sólo es posible si el aprendizaje parte de la curiosidad y los intereses de cada uno de ellos.
  • Para ser inclusivos debemos valorar todas las aptitudes, todos los intereses, todas las habilidades y todas las capacidades, por igual. 
  • Para ser inclusivos hemos de saber generar proyectos de aprendizaje en la que todos los niños puedan aportar desde aquello que se les da mejor, sin categorizar ni dar más valor a una función que a otra.
  • Para ser inclusivos el aprendizaje se tiene que transformar y ser en verdad interdisciplinar, como es la vida, como son las competencias del siglo XXI. En un aprendizaje interdisciplinar, el niño artista colabora en el proyecto de robótica con los alumnos aventajados en matemáticas haciendo el logo o el diseño del proyecto. El niño negociador intermedia en los debates de los aventajados verbalmente. El niño observador colabora en la toma de datos del proyecto de ciencias….
  • Para ser inclusivos debemos romper con el objetivo de homogenizar los grupos para permitir su avance y no evaluar sino valorar en función del progreso de cada niño en relación a sí mismo.
  • Para ser inclusivos no podemos organizar los grupos o los tutoriales pensando que “unos dan y otros reciben”, no importa si hablamos de conocimientos, capacidades o habilidades, pues esto parte de la premisa de que a unos “les sobra” y a otros “les falta”, y esto, de nuevo, no es inclusión, sino obligación de convergencia a un término medio que nos hemos fijado. Cuando los niños son valorados por el conjunto de sus valores, ni les sobra, ni les falta, se están desarrollando y creciendo en el camino que sus intereses y capacidades particulares les lleva.
  • Para ser inclusivos hay que abrir los ojos y quitarse las telarañas de la educación que hemos recibido que nos avocaba a un modelo de profesiones consideradas de “éxito” o deseables (todas ellas basadas en la acumulación de conocimientos, el aprendizaje secuencial, la entrada en la Universidad y un puesto seguro y estable en el que te pasas 8 horas sentado y haciendo tareas repetitivas) y, en consecuencia, quien no tenía estas destrezas parecía avocado al fracaso. Hoy cocineros, peluqueros, moteros, aventureros, adiestradores de perros, hackers, youtubers, videogamers, bloggeros, exploradores, escaladores, diseñadores, dibujantes, humoristas, ..… han demostrado que se puede tener éxito siendo fiel a uno mismo. La función de la escuela no es prepararnos para una vida académica, sino despertar nuestra pasión, trabajar nuestra autoestima, desarrollar nuestro pensamiento crítico y creativo, nuestro espíritu emprendedor e innovador, para que cada uno elija el camino que le lleve hacia su propia auto realización.
  • Para ser inclusivos la escuela debe transformarse para no continuar matando nuestra curiosidad y nuestro amor por aprender, algo que sucede cuando el aprendizaje es encajonando, compartimentando y limitado dentro de un currículum rígido estructurado en etapas, asignaturas y unidades y coartado por el libro de texto y las evaluaciones.
  • Para ser inclusivos debemos ser conscientes de que el educador comparte la responsabilidad del éxito o el fracaso de cada uno de sus alumnos.

¿Qué somos realmente?

Hoy he conocido una madre que me cuenta la desesperación que tiene con su hijo de 15 años: “Supuestamente TDAH y quizá con “algo de dislexia”, que de pequeño tenía un CI de 130, pero que “ahora no llega”, luego, descartadas las altas capacidades (¡Cuánta ignorancia hay en este tema!). Dice su madre que de pequeño buscaba sus propias respuestas, que era muy “raro” porque le interesaban cosas de mayores y temas muy complejos, era supercurioso y muy autónomo. En primaria fue bien aunque los maestros se quejaban de que no atendía mucho, que era muy inquieto, despistado con sus tareas, y un poco disperso, -de ahí que le llevaran a evaluar-. Pero empezó a suspender en la ESO, repitió un curso y posiblemente ahora repita otro. 
“Quiere dejar de estudiar y nuestra vida es una discusión constante porque
haga sus deberes y estudie sus exámenes”
Van por el 4º colegio y en septiembre, cansados de tanto equivocarse, volverán al primero donde empezaron, pues “al final, cada cambio hemos ido a peor y por más que busco, ningún centro me ofrece nada diferente”. Le han medicado por un tiempo y quizá ahora tengan que volver a hacerlo. Llevan varios años acudiendo a un gabinete especializado en diversidad para ver si consiguen “que se adapte”. 

¿Esto es inclusión? ¿Ocho años de peregrinaje de psicólogo en psicólogo y no se cuántos de medicación para que el niño se “modifique” porque la escuela no se adapta a él? El único problema que tiene este niño es que viso-espacial, que es muy inteligente y que aprende de otro modo, pero ha nacido en un país que ni aún con dinero puede uno conseguir una educación inclusiva y que respete las cualidades y formas de aprender de cada niño. Le han destrozado la autoestima, la relación con sus padres y quién sabe si quizá su futuro. Y todo porque “tiene que adaptarse y aprobar los exámenes”, escritos, claro. Tiene dislexia y TDAH diagnosticados, y, sin embargo, tiene que estudiar leyendo del libro de texto y hacer los exámenes escritos después de leer las preguntas, en el tiempo que sus compañeros. Cuatro colegios, no sé cuántos profesores, y todos ellos le dicen “tiene que entender, tiene que adaptarse, tiene que esforzarse, tiene…..”.

Tienen antes ustedes una historia mil veces repetidas en nuestras escuelas. El relato de la falta de responsabilidad de todo un sistema. ¿Cuatro centros educativos y ninguno ha tratado de entender los motivos por los que un niño que una vez “dio 130” ahora quiere dejar de estudiar, etiquetado y medicado? Cuatro centros y ninguno de ellos ha asumido la responsabilidad de adaptar sus metodologías, contenidos, estructura, entorno, y evaluaciones?


Cuatro centros y cuántos más consultados y ninguno de ellos es inclusivo.