Durante los últimos meses hemos asistido a un debate que nos ha dividido a todas las personas que apostamos porque la educación para cualquier persona sea aquella que le aporte la mejor forma de ser feliz y progresar en su vida personal. 

El debate ha venido suscitado por la idea de que los Centros de Educación Especial podrían cerrarse y que la única modalidad de escolarización fuese la ordinaria. Esto ha provocado que todas las personas que hasta ahora habíamos trabajado por una educación justa y de calidad para el alumnado con discapacidad nos hayamos dividido en dos posturas antagonistas, y a mi juicio estériles de sentido crítico y constructivo. Y me resulta muy triste vivir esta división infructífera. 

Desde mi punto de vista el debate se ha generado por una visión distorsionada de la realidad. La educación inclusiva es una meta a conseguir en la que estamos inmersas muchas personas que tratamos de cambiar las culturas que nos han venido dominando durante prácticamente toda la historia educativa de nuestro país y de todo el mundo. Esta tarea no es fácil, como no lo fueron tantas batallas ganadas a los derechos humanos que hoy vemos con naturalidad. Este cambio de mentalidad se antoja difícil y lejano, pero también doy fe de que cada día se van dando pequeños pasos para su adquisición. En cualquier caso, la inclusión real y efectiva de todos los alumnos y alumnas en centros ordinarios gozando de una atención personalizada y ajustada a cada forma de aprender y de vivir particular no la encontramos, a nuestro pesar, en la realidad educativa española. 

Entiendo la preocupación de cientos de padres que han encontrado en la escolarización en centros de educación especial una salida alternativa a la escuela ordinaria. Y llevo mucho tiempo gritando que así no, que el camino a la inclusión no es el que nos encontramos en nuestras aulas. Los centros específicos vienen a paliar una serie de necesidades que los centros ordinarios, hoy por hoy, no saben cómo responder.

Los centros educativos ordinarios, el profesorado generalista, las leyes educativas, la inspección, los servicios de orientación y el propio mecanismo heredado de la atención diferenciada hacen que no podamos pensar en una alternativa a los centros específicos de la noche a la mañana. Y no podemos hacerlo por la sencilla razón de que no estamos preparados para ello. Cuando hablamos, y me incluyo, de educación inclusiva para todo el alumnado, estamos obviando una realidad: ¿cómo lo hacemos con los alumnos con discapacidades importantes que no se limitan a dificultades en el aprendizaje? ¿cómo encajaremos la estimulación multisensorial, la atención fisioterapéutica, la conducta, la movilidad y tantos aspectos alejados de un sistema diseñado en áreas curriculares? 

la imagen muestra una flecha que dice antiguo camino, y otra que dice nuevo camino
Imagen de Pixabay con Licencia CCO

En mi experiencia he trabajado en un Centro de Educación Especial durante más de ocho años asesorando y atendiendo de forma directa a alumnado con varias discapacidades entre las que se encontraba la visual. He tenido la suerte de compartir trabajo con grandes profesionales de este centro que llevan años y años atendiendo a aquellos a los que las escuelas ordinarias no tienen la menor intención de intentar atender. Su visión global de la persona, su sensibilidad y saber hacer siempre llamaron mi atención. Y las dificultades de los chiquillos que he podido ver hacen entender la necesidad de una atención personalizada auténtica. 

Actualmente asesoro a dos centros específicos para remodelar sus proyectos educativos y ajustarlos al nuevo modelo competencial. Estamos viviendo en primera persona la dificultad de modificar el currículo general a la atención real que ellos proporcionan, pero lo estamos consiguiendo, trabajando siempre sobre el currículo prescriptivo con carácter general. Están demostrando que quieren ese acercamiento, que necesitan sentirse partícipes de la realidad externa a su centro y no tienen ningún tipo de tapujos en hacerlo. Percibo que hay una necesidad intrínseca de conexión. 

He trabajado durante doce años como maestro de la ONCE y he vivido en primera persona su reconversión a Centro de Recursos, asesorando a todos los centros ordinarios donde se escolarizan alumnos con discapacidad visual. Su gran éxito ha sido el mantener a toda su plantilla, con toda su experiencia para asesorar, formar, elaborar materiales, investigar y difundir buenas prácticas para propiciar la inclusión real de este alumnado en los centros ordinarios. Actualmente mantienen una limitada oferta de escolarización en sus centros específicos para atender casos muy muy particulares con necesidades urgentes e imprescindibles, pero siempre con el objetivo de favorecer su posterior incorporación a los centros ordinarios. Y por contra generan multitud de actividades extraescolares para alumnado y familias con un gran calado en la autonomía personal, convivencia entre iguales, rehabilitación integral y orientación social, académica y laboral. Siguen ejerciendo una función imprescindible y complementaria entre los que antes eran sus alumnos.

Muchos de vosotros pensaréis que un niño con discapacidad visual no es un alumno gravemente afectado, pero no es ese el foco de lo que transmito, el foco está en la voluntad de prestarse a cambiar el modelo social excluyente.

Por otra parte, he tenido el privilegio de vivir en primera persona experiencias de escolarización combinada entre centro específico y centro ordinario, en las que el alumno permanecía algunos días en el centro específico y el resto en el ordinario, todo bajo el cobijo de una gran coordinación entre ambos equipos docentes en pos del bien personal del alumno. El centro específico trabajando sobre aquellos aspectos para los que el centro ordinario aún no está preparado, pero también haciendo una gran labor de asesoramiento y trasvase de información para poder llegar a atenderlo en sus aulas ordinarias. 

¿Por qué reconvertir los Centros Específicos?

La necesidad actual de los centros específicos para atender o cubrir necesidades no satisfechas a un cierto grupo de alumnado es una realidad. Sin embargo tampoco debemos cerrar las puertas a lo posible, a lo deseado: todos los niños y niñas conviviendo juntos. Y este sueño no es del unos pocos locos empeñados en la inclusión. Este sueño es el de todos, el mismo sueño de aquellos padres y madres que con gran ilusión llevaron a sus hijos al sistema ordinario pensando en que todos los niños y niñas podrían convivir juntos. Pero en muchas ocasiones la ilusión se truncó al descubrir que la escuela no sabía o no quería atender a sus hijos e hijas.

El modelo de escuela inclusiva para todos no es una utopía, es un proceso complejo que no se consigue de un día para otro. Pero negar esta posibilidad es alentar a que nunca se intente. Por eso creo que este debate tiene un mal de base: el tiempo.

El objetivo de la inclusión no es cerrar los centros específicos sino transformar los centros ordinarios para que los primeros no sean necesarios. Si andamos el camino, paso a paso, con el cambio progresivo de las culturas y políticas de los centros ordinarios, se conseguirá acercarnos a este propósito. Y los centros específicos tendrán un papel central al reconvertirse en elementos imprescindibles para la inclusión del que ahora es su alumnado. Porque la gran demanda de los padres y madres de alumnos escolarizados en centros específicos se sustentan en los fracasos previos en el sistema ordinario. Y este mismo bagaje es el que debe movernos a intentar cambiar el sistema.

Pero este camino requiere de muchos pasos previos.

Camino necesario para la inclusión:

  1. Primero que seamos capaces de atender a todo el alumnado de los centros dentro del aula ordinaria sin necesidad de sacarlo a aulas de apoyo, ejerciendo el DUA, la docencia compartida, el aprendizaje multinivel y tantos y tantos recursos que sin duda harían que todos los docentes se acostumbrasen a lidiar con la diversidad en sus aulas. 
  2. Segundo, que logremos que las aulas específicas o enclave en centros ordinarios se aproximen a un modelo inclusivo progresivo a partir de tiempos cada vez más extensos en las aulas de referencia. Sería un gran paso para la docencia en general tener alumnado con dificultades más importantes y saber adaptarse a ellos con respeto a la diferencia. 
  3. Abandonar el concepto elitista y meritocrático de la educación para entender que educar es enseñar a vivir y a convivir. 
  4. Aprender de experiencias educativas de éxito en las que se fue pasando progresivamente a un modelo de escolarización única, como el referente español ONCE, o como otros países que llevan años con esta concepción funcionando. 
  5. Aumentar en número y tiempos las experiencias de escolarización combinada donde los centros ordinarios aprendan a incluir a alumnado con grave discapacidad, a emplear los recursos que necesitan: y los centros específicos entiendan la gran misión que tienen en la investigación, creación de recursos, orientación y asesoramiento a los centros ordinarios. 

 

Y cuando todo esto suceda, entonces estaremos preparados

para discutir si merece la pena reconvertir los centros específicos.

 

Sin embargo tener un pensamiento convergente en este tema, y cerrar el debate diciendo que los centros de educación especial son necesarios y definitivos en la vida y felicidad de los alumnos alimenta el conformismo de la Administración y del profesorado, pero también destruyen la convicción y la lucha de los que pensamos que otra educación es posible. Tomar esta postura, además, justifica el etiquetaje y la división de seres humanos. Defender la felicidad actual de los alumnos escolarizados en centros específicos no está en contra de luchar por un modelo futuro aún más justo para los que vendrán. Porque la inclusión real en centros ordinarios también trasciende a nuestra realidad personal. El gran peligro de defender esta postura es no darse cuenta de que si sacamos de los centros ordinarios a los alumnos y alumnas con graves problemas, estamos enseñando a los niños y niñas que no los tienen que así es como deben ser las cosas, que así es la sociedad en la que vivirán. Que lo adecuado y oportuno es que los adultos con discapacidad no estén en una sociedad diversa, sino al margen. Y los niños de hoy serán los empresarios, juristas, maestros y trabajadores sociales del mañana, con lo que habrán aprendido a reproducir un modelo de exclusión social gracias al lema «separados son más felices«. Y nadie podrá reprochárselo nunca, porque así se lo hemos transmitimos todos. 

Los niños son felices junto a otros niños. 

Silvana Corso dijo una vez que pude oírla:

«Mi hija con gran discapacidad murió con una sonrisa social en sus labios.

Yo nunca pude conseguir que sonriese.

Sé que aprendió a hacerlo porque vivió con otros niños y niñas que le sonrieron»